Al diablo no le puedes pedir bondades, ni a mí que te quiera. Con estas palabras terminaba el correo electrónico que Miguel le envió a Pilar. Cerró el ordenador y sacó a su perro a pasear. Esa mañana, el sol brillaba en un cielo sin nubes. Cojeaba al caminar, y a menudo se llevaba la mano a la espalda con un gesto de dolor en la cara. Pararon sobre un puente desde el que se contemplaba un paisaje precioso. Miguel permaneció muy quieto, mientras miraba a lo lejos. Después, inspiró profundamente varias veces.
Solo sobre el puente, el perro aullaba con pena mirando al cielo.
Hola Luis,
ResponderEliminarHacía días que no me ponía al día con los blogs amigos :-)
Esta versión ha quedado mucho mejor, pero ¿sabes? aún te voy a hacer una pequeña anotación. Se te ha escapado una rimilla en Pilar-pasear-caminar que seguro que se arregla fácil.
Un abrazo
Muchas gracias Rocío.
ResponderEliminarIntentaré corregirla.
Un abrazo.