Y no intentes escabullirte, que no te va a servir de nada. Echaré mis redes y caerás. Tú me interrumpiste poniendo un dedo en mis labios, y con una sonrisa burlona, te giraste para ir a la mesa donde estaban tus amigas.
Desde ese día, el asedio fue sistemático, sutil al principio, y ganando intensidad paulatinamente. No paré hasta que tus ojos brillaron como supernovas, tu risa cantó como manantial de montaña y tu cuerpo vibró como cuerdas de guitarra. Entonces marqué una nueva muesca en la culata, como tantas veces, y quise irme. Pero tú me dijiste: Es inútil que intentes escapar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario