Julio estuvo mirando por la
ventana hasta que dobló la esquina el taxi que llevaba a Concha al aeropuerto.
Hacía mucho tiempo que ella quería irse a Australia a pasar seis meses con su
hijo que vive allí desde hace diez años. Ese “bala perdida” bohemio, al que
nunca le ha gustado trabajar. Por su culpa tuvieron que cerrar la tienda que
tenían en el pueblo, porque "el señorito" no quería seguir con el
negocio familiar. Decía que tenía otras ideas para su vida. Un día se fue dando
un portazo y no lo había vuelto a ver. Tampoco lo echaba de menos. Su mujer,
sí. Parecía un alma en pena desde entonces. Trataba de disimularlo con los
demás, pero a él le lanzaba constantes miradas de reproche. Le consideraba
culpable de que su hijo se hubiese ido.
- Adiós hija
- Adiós mamá,
cuídate.
La voz de Elisa sonó entrecortada por
la emoción. Vio cómo su madre desaparecía por el túnel que conducía al avión. A
ella le pareció que corría apresurada. "Claro
iba a ver a su “querido hijito del alma”
¡Qué contrasentido! Ella había estado
toda su vida tratando de ganarse el cariño de su madre, desviviéndose por agradarla,
por conseguir de ella mimos y carantoñas cuando era niña; y complicidad y
confianza, ya de adulta. Pero nunca lo había conseguido, y esa frustración
había marcado toda su vida. Todo fue para su hermano sin ningún esfuerzo por su
parte. Luego, se fue a Australia a buscar su destino, como él decía. Y ahora, a
su madre, le faltaba tiempo para ir tras él.
- Adiós abuela.
Pablo se despidió de Concha con un abrazo fuerte
y dos besos junto a la entrada del “finger” que daba acceso al avión.
Él no
conocía el sitio al que iba, se llamaba Australia o algo así; y le habían dicho
que estaba lejísimos, mucho más que
“Disney Land”. Pues entonces sí que estaba lejos.
Había visto
una lágrima en su ojos al despedirse de su madre; y le extrañó, porque antes
parecía muy contenta.
Quería
mucho a su abuela, jugaba con él, todas las noches le contaba un cuento, y
algunas veces, historias divertidas de cuando vivían en el pueblo y tenían la
tienda. Ahora ya no tendría cuento antes de irse a dormir. Todos estaban tan
ocupados. El abuelo sí tenía tiempo, pero no quería. Todo el día estaba serio y
callado. Y desde que la abuela dijo que se iba de viaje, todavía parecía más
enfadado.
Concha caminaba por el pasillo cubierto que llevaba al avión.
En sus ojos brillaba una luz de alegría, aunque bañada por una lágrima. Estaba
triste por separarse durante seis meses de su nieto. Pero a ella lo que más le
importaba en esos momentos era encontrarse de nuevo con su hijo.
En el panel del aeropuerto, acababan
de anunciar que el vuelo en el que venía su madre llegaría a Sydney en media
hora.
Estaba contento de verla de nuevo
después de diez años. Venía a pasar seis meses con él, aunque ella había dejado
abierta la posibilidad de quedarse mucho más tiempo.
Esto trastocaría sus planes y su
ritmo de vida; por eso esperaba que no prorrogara su estancia. No estaba
dispuesto a renunciar a sus fiestas más allá de lo estrictamente necesario.
Tras una hora de espera, como siempre
nunca se cumplía el horario previsto, vio aparecer a su madre. Empujaba el
carro del equipaje, y al verle se quedó parada en seco. Abandonó el carro, y
corrió a arrojarse en sus brazos, bañada en un mar de lágrimas.
¡ Hijo mío,
mi niño querido ¡
¡ Cuánto me alegro de verte mamá! Te quiero.
¡ Cuánto me alegro de verte mamá! Te quiero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario