Ese
maravilloso viaje que le habían prometido por sus buenas notas, ya no podría
ser. Lo había tenido tan cerca después de tantas promesas. Pablo se mordía la
mano para no llorar.
Su
papá estaba sentado en una silla con la cabeza entre las manos. Su mamá le
abrazaba mojándole con sus lágrimas. Esa mañana habían enterrado a su hermano
pequeño en una cajita blanca.
¡Cómo
odiaba al enano ese! Al nacer le robó a sus padres y al morirse, le quitó su
viaje.
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