Por fin se vieron cara a cara. Ella vestía túnica negra con capucha, portaba una guadaña en su mano derecha y con la izquierda le hizo gestos de que se acercara.
- No voy a ir –gritó él, de pie, con las piernas abiertas y cruzándose de brazos. –Tengo muchas cosas que hacer todavía.
Ella se fue acercando lentamente, no se le veía la cara, oculta con la capucha. Él retrocedió un paso y la amenazó con el puño en alto, pero muerto de miedo.
- ¡No te acerques más! –chilló con la cara crispada. -¿Por qué vienes ahora? –Y comenzó a llorar a lágrima viva.
- Ahora que he terminado la carrera y encontrado trabajo. Ahora que, como dicen en el pueblo, “estoy bien colocao” ¿Ahora vienes tu a joderlo? pues no. Además, tengo novia. Sí, una chica preciosa y simpática ¡No puedo dejarla! ¿te enteras? –añadió dando un respingo y señalándola con un dedo acusador mientras se sorbía los mocos.
- También quiero montar el globo, aunque te parezca una tontería, pero lo tengo que hacer antes de irme.
- ¿Y qué me dices de plantar un árbol, escribir un libro y tener un hijo? Nadie se debería marchar de aquí sin hacer esas tres cosas. Pues que sepas que aún no he conseguido ninguna , aunque tengo dos en proyecto. Como te he dicho antes tengo novia y he empezado a emborronar unos cuentos folios.
- ¿Pero quién ha decidido que me tengo que ir ya? ¿tú, o tienes un jefe que te lo ha mandado?
-¡ Contesta! –añadió ante el silencio de ella.
- Como ves, tengo que quedarme. Y si te atreves, ven a por mí ¡Vamos!
Siguió otro silencio, ninguno se movió. Después ella avanzó lentamente, él retrocedió, tropezó y cayó al suelo. Aterrorizado, la vio acercarse y ponerle una mano huesuda en el hombro.
Él pataleó y chilló como si le estuvieran despellejando. Y ese sonido le despertó de su pesadilla.