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jueves, 10 de mayo de 2012

Harto


Ese maravilloso viaje que le habían prometido por sus buenas notas, ya no podría ser. Lo había tenido tan cerca después de tantas promesas. Pablo se mordía la mano para no llorar.
Su papá estaba sentado en una silla con la cabeza entre las manos. Su mamá le abrazaba mojándole con sus lágrimas. Esa mañana habían enterrado a su hermano pequeño en una cajita blanca.
¡Cómo odiaba al enano ese! Al nacer le robó a sus padres y al morirse, le quitó su viaje.


jueves, 3 de mayo de 2012

Pensamientos paralelos.




Julio estuvo mirando por la ventana hasta que dobló la esquina el taxi que llevaba a Concha al aeropuerto. Hacía mucho tiempo que ella quería irse a Australia a pasar seis meses con su hijo que vive allí desde hace diez años. Ese “bala perdida” bohemio, al que nunca le ha gustado trabajar. Por su culpa tuvieron que cerrar la tienda que tenían en el pueblo, porque "el señorito" no quería seguir con el negocio familiar. Decía que tenía otras ideas para su vida. Un día se fue dando un portazo y no lo había vuelto a ver. Tampoco lo echaba de menos. Su mujer, sí. Parecía un alma en pena desde entonces. Trataba de disimularlo con los demás, pero a él le lanzaba constantes miradas de reproche. Le consideraba culpable  de que su hijo se hubiese ido.
           

- Adiós hija
- Adiós mamá, cuídate.
La voz de Elisa sonó entrecortada por la emoción. Vio cómo su madre desaparecía por el túnel que conducía al avión. A ella le pareció que corría apresurada. "Claro iba a ver a su “querido hijito del alma”
¡Qué contrasentido! Ella había estado toda su vida tratando de ganarse el cariño de su madre, desviviéndose por agradarla, por conseguir de ella mimos y carantoñas cuando era niña; y complicidad y confianza, ya de adulta. Pero nunca lo había conseguido, y esa frustración había marcado toda su vida. Todo fue para su hermano sin ningún esfuerzo por su parte. Luego, se fue a Australia a buscar su destino, como él decía. Y ahora, a su madre, le faltaba tiempo para ir tras él.


- Adiós abuela.
  Pablo se despidió de Concha con un abrazo fuerte y dos besos junto a la entrada del “finger” que daba acceso al avión.
Él no conocía el sitio al que iba, se llamaba Australia o algo así; y le habían dicho que     estaba lejísimos, mucho más que “Disney Land”. Pues entonces sí que estaba lejos.
Había visto una lágrima en su ojos al despedirse de su madre; y le extrañó, porque antes parecía muy contenta.
Quería mucho a su abuela, jugaba con él, todas las noches le contaba un cuento, y algunas veces, historias divertidas de cuando vivían en el pueblo y tenían la tienda. Ahora ya no tendría cuento antes de irse a dormir. Todos estaban tan ocupados. El abuelo sí tenía tiempo, pero no quería. Todo el día estaba serio y callado. Y desde que la abuela dijo que se iba de viaje, todavía parecía más enfadado.


Concha caminaba  por el pasillo cubierto que llevaba al avión. En sus ojos brillaba una luz de alegría, aunque bañada por una lágrima. Estaba triste por separarse durante seis meses de su nieto. Pero a ella lo que más le importaba en esos momentos era encontrarse de nuevo con su hijo. 


En el panel del aeropuerto, acababan de anunciar que el vuelo en el que venía su madre llegaría a Sydney en media hora.
Estaba contento de verla de nuevo después de diez años. Venía a pasar seis meses con él, aunque ella había dejado abierta la posibilidad de quedarse mucho más tiempo.
Esto trastocaría sus planes y su ritmo de vida; por eso esperaba que no prorrogara su estancia. No estaba dispuesto a renunciar a sus fiestas más allá de lo estrictamente necesario.
Tras una hora de espera, como siempre nunca se cumplía el horario previsto, vio aparecer a su madre. Empujaba el carro del equipaje, y al verle se quedó parada en seco. Abandonó el carro, y corrió a arrojarse en sus brazos, bañada en un mar de lágrimas.
¡ Hijo mío, mi niño querido ¡
¡ Cuánto me alegro de verte mamá! Te quiero.